Comentario
En esencia una mezquita es sólo un recinto aislado, con una parte cubierta, uno de cuyos muros (la qibla) mira a La Meca; aunque el edificio no se presta a confusión, la qibla, a la que se mira al orar, está asignada por un nicho vacío (mihrab) y que suele estar en el centro. La oración (salat), que se celebra el viernes al mediodía, requiere que los asistentes estén en estado de pureza legal, que se adquiere mediante la ablución en una fuente o receptáculo (mida'a), situada a la entrada de la sala. El rito comienza con un sermón (jutba) en la lengua del país, que pronuncia un jatib o predicador desde lo alto de un púlpito (minbar); tras el sermón, el director (unan), desde la primera fila, inicia la oración, en árabe, y que consta de unas fórmulas verbales y gestuales ritualizadas. Estos son los elementos indispensables en la mezquita aljama (masyid al-yami), a los que, según el lugar y la época, se les han añadido otros, que enumeramos sin más. La mida'a suele estar en el centro del patio (sahn), que puede tener galerías perimetrales o no, y en uno de cuyos lados suele ubicarse el alminar (sauma'a); para proteger al monarca o sus representantes pudo existir delante del mihrab un recinto acotado, maqsura e incluso un sabat (pasadizo) conectado con su palacio.
El tesoro de las fundaciones pías solía custodiarse en una cámara (baya al-Mal) situada a la vista de todos en el sahn, en una edícula sobre columnas, o en una de las cámaras del sabat, cercana a la del alminbar. Finalmente, y para alojar a las mujeres, o a los hombres también, si el edificio resultaba pequeño, se solían montar unos altillos de madera o fábrica (saqifa, plural saqa'if). El mobiliario de la aljama quedaba completo con dos muebles: el kursi, especie de atril o velador hexagonal para colocar el Corán abierto y la dakka un estrado para el iman.
De acuerdo con la línea ortodoxa del Islam mayoritaria hasta el siglo XV, la oración del viernes sólo podría hacerse en cada ciudad concreta en una única mezquita, la aljama, lo que obligaba a que tuviese una extensión considerable. Tal restricción ha supuesto las ampliaciones de las aljamas y sólo en muy contadas ocasiones su multiplicación; teniendo en cuenta que las primeras mezquitas construidas ex novo, y algunas de las que aprovecharon edificios anteriores, partieron de definir una parcela cuadrada de terreno, repartida entre techado y descubierto, se comprenderá que en las mezquitas viejas lo que las diferenciaba de las iglesias era la simplicidad de su contorno y la estrecha relación espacial entre el patio, donde también se puede rezar, y el oratorio. La diferencia que existió entre las iglesias y las mezquitas se basó en que las primeras han sido casas de Dios y lugares del sacrificio, mientras las segundas sólo han sido espacios para reuniones y oraciones. Por lo tanto, en las iglesias ha existido una tendencia a las celebraciones misteriosas y complejas, mientras en los oratorios musulmanes los principales problemas han sido de acceso y visibilidad. Por todo ello y durante medio milenio, las aljamas fueron rectángulos orientados a La Meca, con un patio hacia la zona opuesta y una torre en él; éste es el tipo que podemos llamar de naves u omeya, para enfatizar el hecho de que las zonas cubiertas están articuladas mediante tandas de naves paralelas, admitiendo tantos subtipos como combinaciones puedan hacerse con sus elementos: existencia, número y orientación de las naves perimetrales del patio, existencia de nave central (hacia La Meca) más ancha y número de naves paralelas y/o perpendiculares a la qibla, además de presencia de una cúpula en la nave central, delante del mihrab.Es obvio que el subtipo más simple fue el de la primera aljama de Córdoba, ya que ni tenía galerías en el patio, ni poseyó cúpula, ni variación alguna en sus once naves perpendiculares a la qibla; el más sofisticado fue el de Damasco, con arquerías al patio, una nave central con cúpula, tan enfatizada que es un auténtico transepto y tres naves paralelas a la qibla; entre estos dos extremos pueden obtenerse cuantas variantes se deseen, y siempre habrá uno o más ejemplos que las materialicen. Este gran modelo pervivió sin apenas competencia hasta mediados del siglo XI, como solución para las aljamas, y como ideal que, reducido de escala y aligerado, podía inspirar cualquier mezquita. Las innovaciones más fructíferas debieron darse en las de barrio, ya que la más antigua, la de Bu Fatata, en Qayrawan, del 841 es rara, pues es un cuadrado, sin patio, con pórtico in antis, subdividida en nueve tramos abovedados gracias a cuatro soportes aislados; este tipo de mezquita, que llamaremos de cuatro soportes, se documenta en otros lugares, como Toledo (Cristo de la Luz, del año 999) y preparó el camino para los tipos modernos, muy diferentes de la mezquita de naves; éstos nacieron de varios factores, como el deseo de vertebrar de forma más concluyente la nave central, su cúpula y la nave o naves paralelas a la qibla; además, el desarrollo de edificios en los que las cúpulas formaron lo más sustancial de los mismos, como fueron los mausoleos y el conocimiento de los templos cristianos, hasta llegar a la conversión de Santa Sofía de Constantinopla en mezquita, impulsaron la transformación del oratorio.
Así fue naciendo, en la etapa de fraccionamiento, la mezquita moderna, que es un espacio unitario presidido por una gran cúpula y articulado por la tiranía estructural de ésta; si existe patio, éste se planteará como una parte diferenciable, ricamente vertebrada. Señalemos también que es de tamaño menor pero de mucha más altura, y muestra interesantes valores masivos gracias a que queda inscrita en un conjunto de edificios bajos que, conformando un gran patio en torno a ella, la enmarcan y relacionan con el contexto urbano, de forma más elaborada y consciente que en el tipo antiguo.
Esta mezquita, cuya variedad escapa a toda clasificación, será más pintoresca y eclesial que las anteriores, y puede ser llamada de cúpula. Ni que decir tiene que es el modelo turco por excelencia y, a partir de él, se extendió por todo Oriente.
Además de estos dos grandes modelos, bajo los silyuqíes fue naciendo una variante del modelo antiguo, que poco a poco iría adquiriendo fuerza, de tal manera que no sólo preparó el camino para el moderno, sino que alcanzó formulación autónoma; la mutación vino del deseo de articular más la simplona traza de las aljamas tradicionales, para lo que se introdujeron elementos espaciales potentes en lugares privilegiados, especialmente en los ejes de simetría del patio. Para esto el iwan fue muy útil y al forzar el aumento de la superficie del sahn, provocó la atrofia de la sala de oración propiamente dicha y el fuerte protagonismo del primero hasta llegar a la fórmula de los cuatro iwan, sobre los ejes principales del patio.
Además de estos tres grandes modelos, que coexisten desde el XI, se han producido algunos casos anómalos, sobre todo en palacios, como en el oratorio taifal de la Aljafería de Zaragoza, de planta extrañísima, pues es un cuadrado con dos rincones contiguos chaflanados, en uno de los cuales se aloja el mihrab; parecido, ya que su planta es un cuadrado cubierto por una cúpula octogonal, es el almohade del Alcázar de Saris (Jerez de la Frontera), despojado de la decoración que debió poseer; también hay dos pequeños oratorios en los alcázares de la Alhambra: el del Partal, que es un quiosco realzado, y el del Mexuar, que se constituye a modo de mirador sobre el Albaicín. Ya que hablamos de Al-Andalus recordaremos la rareza, nunca bien explicada, de que sus mezquitas tuvieron su Meca particular, ya que todas miran al Sur o ligeramente hacia el Sureste.
El alminar ha sufrido una evolución independiente, cambiando de forma, altura, posición y número, aunque alguno de sus rasgos ha permanecido inalterable, como es el sentido de subida de su escalera, que es a izquierdas; parece oportuno señalar que la palabra española alminar, preferible al galicismo minarete, es un invento del siglo XIX español, popularizado por el Duque de Rivas. El más monumental y más antiguo de los modelos (exceptuando el omeya de Qasr al-Hair al-Sarqui, datado en el 728) es el de Qayrawan, cuyo aspecto actual responde a la reconstrucción que se realizó en el año 836. Los normales fueron modestas torres de dos cuerpos, de los que el inferior, pese a estar decorado sumariamente en todas sus caras, sólo tenía ventanas practicables en la parte del patio, para que el almuédano no fisgara en las casas colindantes; la escalera desembocaba en una terracilla, bajo la cúpula del segundo cuerpo.
Este esquema pervivió en los países occidentales, sobre todo los que se libraron de los otomanos. Sin embargo, desde los primeros tiempos, se sucedieron los experimentos, de los que el más espectacular y menos fructífero fue el de la Malwiya (la Espiral), que es el alminar helicoidal de la Aljama de Samarra, fechada en los inicios del siglo IX y cuyas dimensiones fueron tales que el califa subía montado en burro. Otro alminar insólito fue el de Córdoba, que levantó el califa Abd al-Rahman en el año 951 y que por su monumental tamaño precisó un par de escaleras simétricas, que obligaron a una rara decoración dúplice en dos de sus fachadas que apenas si tuvo consecuencias en el propio Islam pero que, a través de los mozárabes, fue conocida en el románico catalán que, sin necesidad estructural o espacial, copió las ventanas duplicadas.
El gran momento de los alminares occidentales fue la época almohade, cuando se levantaron la Giralda de Sevilla (1184-1198), la Qutubiyya de Marrakus (acabada en 1197) y la torre de Hassan en Rabat (coetánea de la anterior) que quedó inacabada; el éxito de estas torres, especialmente de la primera, no sólo se debió a su afortunada decoración, sino a que solucionaron sus colosales dimensiones con gran eficacia estructural e insuperable agilidad compositiva, aunando una serie de siete cámaras que aligeraban el peso del machón central, una cómoda rampa (capaz de permitir que el sufrido mu'addin subiera montado) y una serie de huecos, cuya decoración se integra de forma armoniosa, a pesar de tantos pies forzados, con el exterior.
En Oriente los alminares siguieron otros derroteros, pues, en el primer tercio del siglo XI, los samaníes inventaron los cilíndricos, con lo que estaban dando un paso decisivo hacia la mayor libertad compositiva de estos elementos, ya que los redujeron a escaleras de caracol, cuyo cerramiento exterior adoptaría disposiciones diversas, siempre simétricas y de creciente esbeltez; las cornisas, anillados, estrías, baquetones, aguzamientos, balcones, etc., dieron amenidad a la caña de estas esbeltas agujas, que fueron multiplicando su número, hasta llegar al máximo de siete. La primitiva cupulilla que daba refugio al almuédano se transformó en agudísimos conos, airosos quioscos sobre cuatro, seis u ocho columnas, miradores en torno a un machón fálico, chapiteles de figuras inverosímiles, etc.
El gran siglo de los abbasíes fue muy fructífero en controversias religiosas, especialmente por el avance de versiones y sectas heterodoxas, tanto que a lo largo de siglo X se detecta un notorio cansancio sobre la utilidad de tales investigaciones; a gran masa de población, que pudiera considerarse como ortodoxa, fue la base sobre la que en Irán comenzaron a organizarse las primeras madaris o seminarios; las más viejas son de época gaznawí y nacieron como reacción a las instituciones que habían surgido entre los fatimíes (entre ellas la escuela Al-Azhar, de El Cairo, origen de una de las más prestigiosas universidades musulmanas de la actualidad) y los siíes (que contaban con un centro similar en Bargdad). Cada madrasa fue como un colegio universitario medieval, sólo que dedicado al estudio, nada especulativo, de la Teología musulmana; estuvieron formados por una residencia de estudiantes, las aulas, las dependencias auxiliares y, cómo no, una mezquita en la que se alojó con el tiempo el sepulcro del fundador. Este grupo de funciones se integraron en torno a un patio; dado que no existían los problemas de extensión y visibilidad de las aljamas, el organismo resultante fue mucho más articulado y jugoso que aquéllas, sobre todo a partir de que su mezquita pudo, aligerada de la presión de la superficie, adoptar plantas anómalas. El tipo más depurado fue el patio articulado mediante dos ejes, con un iwan en cada lado extremo y que tanta influencia sobre las mezquitas orientales tuvo a partir del siglo XII. Sólo a título de inventario mencionaremos la cairota de Aqla'un acabada en 1285, la Yusufiyya, en Granada, de 1359, aunque intensamente transformada, y la Bu Inaniyya, de Fez, de 1355.